Te casas el sábado. Tú. Te casas. Me lo he repetido seis veces y aún no lo logro comprender. Los gringos tienen una frase “round peg, square hole”. Quiere decir algo así como agujero cuadrado, tornillo redondo. Tú y yo. Cuadrado, redondo.
Bad timing, le dice Alicia. Nunca en el mismo lugar. Nunca solteros al mismo tiempo. Nunca juntos de la manera adecuada.
Tú me quisiste. Yo te quise. Creo. Ya no lo sé. No creo que he logrado entendernos del todo.
Yo estaba tomando un café y tú me leíste un poema de Pizarnik. Así empezó todo. Aunque ya nos conocíamos de antes. Nos habíamos visto en la universidad, quizá habíamos hablado. El caso es que tu me viste antes de lo que yo te vi, en mi fiesta de 20, cuando estaba vestida con un diminuto short negro y orejas rosadas de coneja.
Yo no te vi hasta el día del poema. Aún no sé cómo llegué a tu cama. Estaba triste, tal vez. Ya por aquel entonces había empezado a sentirme sola.
La ventana de tu habitación daba a la calle. A las cinco de la tarde se inundaba de sol y brisa helada. Supongo que era verano. Ahí permanecíamos, escondidos entre tus libros y tus películas. En silencio, con los cuerpos enlazados.
Me gustaba tu cabello largo. La forma en que fumabas, tu barba. Me gusta lo intelectual que eras; que eres.
A veces me preparabas café. Ponías en la hornilla una cafetera diminuta de latón y cuando estaba listo lo servías en unas tazas diminutas acompañadas de miel. Nunca conocí a nadie que ofreciera miel en vez de azúcar.
Me acompañabas a tomar taxi y de vez en cuando me cogías la mano. Te quería cuando hacias eso. Deseaba haber dejado en tu espejo dibujado un corazón. Lo que no podía precisar era si el corazón que dibujaría sería necesariamente el mío.
Dos idiotas, cerrados, cautelosos, inquietos. Dos idiotas que sabían que existía cariño, totalmente renuentes a darle un intento.
Mil veces, mil intentos. Siempre nos dejábamos y al cabo de unos meses regresábamos.
La última vez que regresábamos vivías solo. Tu apartamento daba al malecón, y la brisa entraba tronando la ventana de la cocina.
Esta vez nos sentamos y hablamos. Por primera vez estábamos solos al mismo tiempo. Por primera vez estábamos dispuestos a darle un intento. La semana siguiente ella te llamó a decirte que estaba embarazada.
Y aquí estamos ahora. Tú, yo recordándote. Comprendiendo que el sábado te casas y sin saber exactamente cómo explicar la sensación de incomprensible inconsecuencia que me inunda.
Hoy no quiero estar sola. Es la segunda vez en esta semana que un antiguo amor se casa. Yo aún estoy sola. Empiezo a creer que estaré sola para siempre. Empiezo a darme cuenta que estoy harta del sexo. Que quiero algo más, y no lo encuentro. Y que no quiero buscar.
Pero hoy no quiero estar sola porque siento que me atajas desde la distancia, tú y él. Hoy por una vez, no quiero escuchar mis propios reproches.